Fiesta del Charco: siglos de agua y alegría

Fiesta del Charco: siglos de agua y alegría

Un metro y medio. Ésta es la profundidad máxima que alcanza El Charco de La Aldea, una laguna al final de un espectacular barranco y a escasos metros del mar. Sin embargo, este espejo de agua es el epicentro de una de las fiestas más populares y multitudinarias del año en Gran Canaria.

La gente entra a la carrera al Charco durante la fiesta

A las cinco de la tarde del día 11 de septiembre, miles de ojos seguirán hipnotizados la trayectoria de un volador sobre el claro cielo de septiembre. Su estallido da inicio a la Fiesta del Charco. Es el momento de sumergirse en una tradición con siglos de historia salpicados de agua salobre y alegría.

Apunte una palabra: embarbascar. Es el nombre de la técnica ancestral que utilizaban los antiguos aborígenes de Gran Canaria. Consiste en el vertido al agua de sabia de plantas como el cardón o la tabaiba para sedar a los peces y facilitar su captura. La práctica se mantuvo con vida en la Isla hasta bien entrado el siglo XX. Esta parte de la historia insular cobra vida año tras año en La Aldea, cada vez que los participantes en la Fiesta del Charco se adentran en él para tratar de pescar lisas, peces tan escurridizos como sólo puede serlo un pez.

Vista de la Playa de la Aldea y del Charco

El escenario natural en el que tiene lugar la fiesta supone un aliciente más para acercarse hasta un lugar fielmente custodiado por el océano y las montañas. De hecho, la suma de valores etnográficos, históricos, simbólicos y paisajísticos justificó en 2005 la declaración de este espacio como Bien de Interés Cultural.

La Fiesta del Charco está rodeada de anécdotas. Un ejemplo: en el siglo XVIII, el obispo Delgado y Venegas impuso la obligación de acudir vestido al festejo, pues consideraba escandaloso que muchos participantes fueran ligeros de ropa, al menos según su criterio.

Atardecer en La Aldea

Además, el aliento del tiempo se percibe aquí con especial fuerza. En uno de sus extremos se encuentra el yacimiento arqueológico de Caserones. En el otro estuvo en marcha durante décadas la antigua destilería de ron, El Alambique, un pequeño sorbo del pasado de un municipio bello y agreste que resulta tan embriagador como la esencia de una tabaiba o un cardón.

En el fondo del Charco, en las entrañas de esta ‘marciega’, nadan, junto a las lisas, miles de historias y leyendas. ¿Quieres venir y escribir la tuya?