El tiempo se detiene en Valleseco

Valleseco, en el corazón verde de Gran Canaria, envuelve al visitante en un manto de naturaleza, tradiciones y sabores.

Valleseco se despereza al alba y se arrulla en la noche con un rumor de aguas. Los lavaderos, los vestigios de viejos molinos, las galerías y las acequias componen un espejo donde se mira y se reconoce un municipio que despliega cada mañana un inmenso muestrario natural donde se puede comprobar que existe una cantidad aparentemente infinita de tonalidades del color verde.

Valleseco

Y así, en esa frondosidad, en las brumas y en caudales sigilosos o cantarines se diluye la pertinencia de su propio nombre, Valleseco, una denominación que, en efecto, lleva a engaño. A partir de ahí, todo lo que sucede y lo que se ve acontece en una equilibrada mezcla de magia y realidad. Esta sensación onírica se acentúa cuando, a determinadas horas del día, el mar de nubes que escala barrancos y laderas en verano empujado por los vientos alisios muestra un aspecto tímidamente azulado, un mar que se mezcla con un océano de calmas.

Productos realizados con manzanas
Manzano

Valleseco es la receta perfecta. También lo son los queques, tartas y bollos que elaboran en pleno casco del pueblo Conchi Herrera e Ignacio Guerra. “El verdadero truco es que estén hechos con productos de aquí, de Valleseco, y sobre todo con nuestra manzana”, explica Ignacio. “Y añadir cariño y amor”, agrega Conchi, más allá por supuesto de las cantidades oportunas de azúcar y harina.

El manzano de la variedad francesa o reineta del Canadá se caracteriza por su gran calidad y su sabor agridulce y se ha convertido de hecho en un emblema de Valleseco desde la introducción de los primeros manzaneros a mediados del siglo XIX para repoblar tierras baldías, de ahí que forme parte del escudo heráldico municipal junto al pozo, el templo de San Vicente Ferrer y el escudo parroquial.

Iglesia de San Vicente Ferrer

Con esta manzana se produce una sidra muy apreciada con la que se embotella también parte de la esencia de un pueblo que se sujeta con firmeza a sus tradiciones y que hace honor a un lema: “Aqua, Labor et Terra’, una leyenda en latín que se traduce por ‘agua, trabajo y tierra’.

Lavaderos de Zamora, Valleseco

Este aroma primario y natural se respira literalmente en el Mercado Ecológico EcoValles e inunda literalmente los sentidos cada vez que se abre la puerta de hierro del horno de leña que maneja Lisandro Cabrera con una sabiduría propia del que ha sabido recibir y amasar entre sus manos una herencia de siglos para adaptarla al tiempo presente. “Aquí hago pan ecológico. Mezclo sabores usando calabaza, pasas, nueces, manzana de Valleseco y hasta puerros”, explica con el orgullo de quien habla de un hijo. Lisandro no sólo hace panes o delicadas galletas de naranja, cúrcuma y jengibre en su obrador. Mantiene viva una llama centenaria.

Valleseco

Muy cerca se ve a la agricultora local Rosaura Santana, rodeada en su puesto por cestos repletos de manzanas de Valleseco, de calabazas de formas caprichosas y de múltiples variedades de frutas y verduras que proceden de cultivos netamente ecológicos. Incluso tiene a la venta plátano deshidratado para el que cuenta con una clientela fija en la que se incluye un abuelo que descubrió un buen día que a su nieto le apasionan. Este mercadillo, que dispone también de un bar-cafetería, convoca cada fin de semana un encuentro con la autenticidad.

Mercado Ecológico de Valleseco

Esta comunión entre el pasado, el presente y el futuro se cultiva y se festeja también en el Museo Etnográfico y Centro de Interpretación de Valleseco (MECIV), un lugar donde la tradición tiene nombre y apellidos. Por eso resulta posible contemplar, por ejemplo, cerámicas y utensilios del hogar donados por bisnietos y bisnietas de los usuarios y usuarias originales hasta componer un universo de objetos donde brillan con luz propia las traperas, los trajes típicos, los aperos de labranza y un antiguo telar, entre otras muchas piezas de alto valor etnográfico pertenecientes a un ayer que sigue fluyendo por Valleseco, igual que lo hacen sus manantiales.

Museo Etnográfico y Centro de Interpretación de Valleseco (MECIV),
Carmen, informadora turística en el Museo Etnográfico y Centro de Interpretación de Valleseco (MECIV)

Precisamente, esta convivencia entre el pasado y el presente es uno de los grandes atractivos de Valleseco. Carmen Angulo, responsable de la Oficina de Información Turística, ubicada en el MECIV, no alberga dudas al respecto. “Aquí disfrutas de un ritmo más tranquilo y conectas con la tradición y la cultura del sitio”, subraya. “Mucha gente ni se imagina lo que se va a encontrar aquí y se queda sorprendidísima. Les encanta, porque es un municipio muy rural y con muchos productos locales, al margen de una gran riqueza natural y muchas alternativas para practicar el senderismo”, resume. A su lado, la concejal de Turismo, Elsa Montero, destaca que Valleseco es uno de esos sitios idóneos para los que quieren “conocer un paisaje en primera persona”. La edil asegura que “aquí están las esencias”.

Oficina de Turismo de Valleseco

A escasa distancia de este espacio museístico, en pleno corazón del pueblo, se levanta la Iglesia de San Vicente Ferrer, cuya cruz se clava en un perfecto cielo azul. En su interior destaca el altar mayor de estilo neogótico que firmó el artesano local Juan Pérez Rodríguez, el cuadro de ánimas de Lino de Vega y el órgano del siglo XVIII de origen alemán y que se mantiene en uso. A través de él también se escucha esta melodía del tiempo detenido.

El reloj de la Iglesia, no obstante, sigue marcando la hora. Y parece indicar que es el momento de volver a hablar de la extremada riqueza natural de Valleseco. En un costado del templo, precisamente, se encuentra la escultura ‘Ofrenda’, de Félix Reyes, inspirada en la Fiesta de la Manzana, que se celebra cada primer domingo de octubre. Desde este mismo lugar, y se se mira alrededor, se comprueba que el pueblo está rodeado por la majestuosidad propia de una naturaleza que justifica que más de tres cuartas partes del territorio del término municipal tengan la consideración de Espacio Natural Protegido.

Interior de la Iglesia de San Vicente Ferrer
Escultura "Ofrenda" de Félix Reyes

Los múltiples senderos que cruzan Valleseco permiten adentrarse en un territorio donde se conserva parte del que fuera gran bosque de laurisilva de Gran Canaria, conocido como la Selva de Doramas. En Valleseco, además, se abrazan el paisaje y el paisanaje, como se comprueba en el Barranco de la Virgen o en la zona de Las Calderetas, lienzos que parecen haber cobrado vida. Es como si Valleseco cultivara su presente y su futuro cada día en los surcos practicados por los arados tirados por bueyes. Así es como Valleseco logra no dejar de germinar y crecer, pase lo que pase. El tiempo parece haberse detenido en el municipio. En realidad, cualquiera que se acerque hasta Valleseco sentirá esa necesidad de parar, observar, experimentar, respirar y dar rienda suelta a los sentidos.

Laguna de Valleseco

Valleseco ha sido capaz de crear vida incluso en las ruinas del infierno. Por eso el Área Recreativa de La Laguna, dentro del Parque Rural de Doramas, se enclava aunque no lo parezca hoy en día en una antigua caldera volcánica. Su interior es un catálogo de la vegetación de los bosques de laurisilva. En el recorrido nos encontramos con tajinastes, madroños, aceviños, viñátigos, malfuradas o fayas, cuyos frutos, conocidos como ‘creces’, eran molidos y usados como alimento por los antiguos habitantes de Gran Canaria.

Valleseco
Órgano de la Iglesia de San Vicente Ferrer
Marmulano
Productos realizados con manzanas
Tajinastes azules
Valleseco

Como aquí en La Laguna no se escucha el sonido del vetusto órgano de la Iglesia de San Vicente Ferrer, su banda sonora, gracias a la atracción de la permanente charca de agua,  la interpretan las numerosas aves, caso de las alpispas o los canarios. Pero su habitante más particular y misterioso, una variedad de musaraña que sólo habita en Valleseco y sus alrededores, se oculta constantemente en las sombras y en esas noches de Valleseco donde las aguas susurran y el municipio se duerme bajo un manto de arboledas que quiere cubrirlo todo de esperanza y de futuro.