Anclados en la playa de Anfi, en Mogán
La calma impera en esta playa de Mogán, al sur de Gran Canaria.
El viento aguarda a que alguien despliegue las velas para impulsar de nuevo a la embarcación por las aguas mansas del sur. El tímido rebaño de nubes blancas que pasta en la cálida bruma del horizonte recuerda que también existe un norte. La playa de Anfi, en la desembocadura del Barranco de la Verga de Mogán, es ahora un escenario de arenas doradas y aguas de color turquesa levemente agitadas por un compás de espera.
Por el momento, ni tan siquiera se adivinan las huellas que delaten por dónde se fueron los bañistas, o el vigilante que bajó de lo alto de su torre. Este silencio y esta quietud anuncian no obstante el inminente reinicio de la función. La imagen está todavía incompleta, como un cuadro pendiente de las últimas pinceladas. Es el retrato de la expectación. Y también un ave en reposo que, en un abrir y cerrar de ojos, casi sin darnos cuenta, alzará el vuelo e irrumpirá en el cielo inmaculado.
Este aleteo se mezclará en breve con el rumor de los primeros bañistas, gentes llegadas de lugares lejanos y cercanos unidas por la necesidad de reencontrarse con la calma de la playa de Anfi. Dos diques protegen al arenal con su abrazo de piedra. En el costado sur se expande una pequeña isla, ajardinada y con su propio chill out, separada del paseo por un canal. Desde aquí se siente todavía más de cerca la energía del mar y se divisa el pequeño puerto deportivo. El islote tiene forma de corazón. Y ha recuperado su latido.
La fotografía está a punto de convertirse en una película en movimiento protagonizada por niños que se lanzan de los toboganes de los barquillos de patines, nadadores, barcos que entran y salen del muelle, el trasiego de kayaks y tablas de paddle surf, grupos de buceadores o por personas que practican snorkel para asomarse durante unos minutos a la vida bajo el mar de sargos, bogas o peces trompeta que interpretan la silenciosa melodía submarina.
Las palmeras apuntan al cielo y marcan también el camino hacia la plaza central, donde se levantan comercios, terrazas y hoteles. Todo se mueve. Cambian los rostros de los voluntarios y felices náufragos de la playa. Sin embargo, la paz de la playa de Anfi sigue en el mismo sitio, anclada en nuestro interior.