Pasos invisibles en Sardina de Gáldar
Caminar por el renovado paseo de la localidad del litoral norte de Gran Canaria no deja huella, pero sí un recuerdo imborrable.
No hay pasos perdidos en el renovado paseo de Sardina de Gáldar, en la costa norte de Gran Canaria. Basta con dejarse llevar. Se llegará siempre al lugar adecuado en el momento preciso. Porque en Sardina no existen las prisas. Y no precisamente porque no sepa medir las horas, pues hasta el tiempo desembarcó literalmente en este litoral guarecido de los embates del Atlántico. Al viejo Puerto de Sardina arribaron los barcos que trajeron a bordo las campanas y el reloj de la Iglesia de Santiago, levantada tierra adentro, en la cabecera del municipio.
Sus muelles y embarcaderos fueron antaño epicentro de un trajín de entrada y salida de embarcaciones que venían y regresaban con las bodegas cargadas, fundamentalmente con productos agrícolas, si bien el inventario incluía prácticamente todo lo imaginable y, por supuesto, lo inimaginable. Aquel trasiego se ha desvanecido, pero la sensación de que la vida desembarca por Sardina permanece. Puede comprobarlo quien se adentre en los casi 9.000 metros cuadrados de nuevas áreas peatonales que integran esta pasarela que lleva mansamente hacia recovecos costeros donde aguarda el océano para hablar al oído con un rumor profundo, un lenguaje que comprende todo el mundo, incluso quien apenas lo haya escuchado antes. El mar de Sardina se hace entender a la primera.
El prometedor paseo invita primero a descalzarse y poner los pies sobre la arena de la Playa de Sardina, donde ondea la Bandera Azul, distintivo que reconoce la calidad de sus aguas y servicios, además de las facilidades de acceso. Las aguas, risueñas y cristalinas, son por lo demás su mejor certificado. A su espalda se desparraman las casas de colores y los primeros bares y restaurantes. En su conjunto, el pueblo de Sardina de Gáldar se asemeja a los caracolillos que brillan en los charcos intermareales, aferrados a la piedra volcánica. Las viviendas se han amoldado al cantil, como si fueran la punta de lanza de alguna vieja lengua de lava de un volcán ya dormido.
La senda propone también una parada en los diques del muelle, lanzaderas hacia el espacio azul. La riqueza marina de sus fondos, han convertido a Sardina en uno de los más destacados enclaves de Gran Canaria para la práctica del buceo. El área comprendida entre el Barranco de El Juncal y la Punta de Gáldar regala un sorprendente abanico de hábitats marinos, con la presencia de praderas submarinas, arenales, arrecifes, veriles y cuevas, además de estructuras rocosas similares a arcos, arbotantes, paredones y columnas que evocan las ruinas de una civilización perdida. Si dejamos que la imaginación nade también, al menos por un instante, es fácil pensar en un pedacito de la mítica Atlántida habitada por medregales, caballitos de mar, angelotes, mantelinas, jureles, anémonas gigantes, peces esponja, bicudas, algas rojas o tortugas.
El coletazo final de esta rambla que se acopla como un guante a la piel volcánica de Sardina tiene lugar en la Playa del Roquete. Aquí, el oleaje y las rocas lisas integran una incansable orquesta que interpreta mañana y noche un interminable, sonoro y sanador concierto, unas veces en clave de bajamar y otras al son de la marea llena. Cerca, asida a la roca igual que una lapa, guarda sus secretos una minúscula casa cueva que remite a la antigua forma de vida de la población aborigen. De hecho, un letrero informativo a la entrada del pueblo informa de la presencia de un yacimiento en el que se han hallado, entre otros elementos, anzuelos hechos con dientes de animales y desescamadores elaborados con cuernos de cabra, una muestra de que Sardina de Gáldar lleva siglos mirando a la vez al cielo y a las profundidades.
Sardina se mueve a su ritmo. Las casas son estrellas de mar absortas bajo el sol y la luna. El océano se hace espuma arrastrada por el viento que se encarama a las pendientes hasta terminar en las cartas de los restaurantes, una opción ideal para añadir intensidad a este paseo que deja siempre buen sabor de boca. Sardina se desplaza también en el pequeño tren turístico, activo de julio y septiembre y que brinda la posibilidad de bajar y subir en él desde la parte alta del pueblo, donde se aparcan los vehículos. Al anochecer se iluminará también el Faro de Sardina, que guía a las embarcaciones que siguen rutas inmemoriales, invisibles a la vista porque sobre el océano no se puede dejar rastro, pero escrupulosamente anotadas en las cartas de navegación. Todas las travesías deberían terminar en lugares como Sardina de Gáldar.
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El Faro de Sardina de Gáldar
Mercado de Gáldar, geografía del sabor