La Fortaleza, el silencio de la piedra madre de Gran Canaria

La roca escuchó un rumor de gentes. En sus rostros reinaba una confusión de esperanzas, miedos, arrojo e incertidumbre. Acogió a aquellas personas en su seno de roca y las protegió todo lo que pudo, durante milenios, como haría una madre. Así fue como la antigua población de Gran Canaria encontró cobijo en lugares tan asombrosos como La Fortaleza y logró desarrollar una cultura única en pleno Océano Atlántico.

El silencio de la roca dejó paso a la voz humana. Además, la sociedad indígena ocupó las cavidades de la madre piedra para habitarlas y darles uso como lugares de almacenamiento, espacios funerarios y posiblemente sagrados a lo largo y ancho de los tres roques que integran el yacimiento, las Fortalezas Grande, Chica y de Abajo o Titana.

Interior de La Fortaleza grande, Santa Lucía
Titana, Santa Lucía
La Fortaleza chica, Santa Lucía

Llegaron entonces otras voces y con ellas el ruido de la Conquista. Ni siquiera la piedra pudo proteger a este y otros ejemplos de asentamientos fortificados de Gran Canaria. Finalmente, el silencio regresó a La Fortaleza. No obstante, sus pasadizos y el cercano centro de interpretación son auténticos túneles en el tiempo.

La Fortaleza, Santa Lucía

La Fortaleza se eleva en el corazón de la Caldera de las Tirajanas, en un entorno en el que también se encuentran la presa y el palmeral de La Sorrueda, uno de los más notables de Gran Canaria. A su sombra creció otra cultura que usó el pírgano para elaborar cestos, se alimentó en ocasiones con las támaras, endulzó su existencia con la miel de palma y barrió el suelo frente a sus casas, los problemas y malos augurios con hojas de palmeras, lo que les sirvió para acuñar el sabio dicho que recuerda que “más alta subió la palma y el suelo bajó a barrer”.

Al pie de La Fortaleza, bajo las palmeras, en el filo de la presa, tras las palabras, queda ante todo el silencio.