Gran Canaria
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Gastronomía

Santa Brígida

Dulces que perdimos, y un vino que recuperamos...

Santa Brígida descubre al visitante, cada mañana de sus sábados y domingos, un acogedor (por su ambiente) y modesto (por sus dimensiones) mercado agrícola y artesanal repleto de productos locales (frutas y verduras, panes y repostería, quesos, mermeladas, vinos) que no hay que perderse. Aunque sólo sea por verlo, sentirlo y respirarlo.

Santa Brígida

Y muy cerca, además, la Casa Museo del Vino permite que nos adentremos en el conocimiento sensorial de lo que es una actividad con siglos de tradición, que en el siglo XX parecía que iba a desaparecer y ha vuelto a renacer al amparo, primero, de la recuperación de los vinos de la comarca Monte Lentiscal, y después a nivel insular con una Denominación de Origen Gran Canaria que certifica origen y calidad. Con tasca y tienda entre sus servicios, aquí se pueden degustar y adquirir los caldos que elabora la isla.

En la dulcería La Fonda, en cambio, ya no podemos sino suspirar por lo que nos hemos perdido. Su nombre le viene por haber sido alojamiento de viajeros y veraneantes, con comedor de mesas de mármol en el que servían las comidas a los huéspedes. De mucha fama en la isla todavía a mediados del siglo XX, a finales de los años sesenta cerró la fonda. En la planta baja, sin embargo, el mostrador de mármol y las vitrinas de madera y cristal que hacían de bar, café y pastelería todavía permaneció abierto hasta hace bien poco, despachando algunos de los productos que hicieron famoso al local, como sus mazapanes y sus bizcochos lustrados.

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Araceli Hernández fue la última generación de varias mujeres en su familia que siguió elaborándolos. Sobre todo, los bizcochos lustrados a partir de una receta que estuvieron trabajando desde el siglo XIX. A la abuela de Araceli, Eusebia Melián, «la gente le traía los huevos y le encargaba los dulces para bodas y bautizos —como pasaba en otros pueblos de la isla con repostería singular, caso de Moya y Santa María de Guía—; a mí siempre me tenía guardados cuando venía a visitarla, siendo yo pequeña», explicaba en una entrevista años atrás, riendo al recordar que a veces llegaba algún cliente a pedir: «¿Tienen bizcochos ilustrados?».

Para hacer un carpeto —bandeja de hornear— de los hoy todavía recordados «bizcochos lustrados», utilizaba 24 huevos, azúcar, harina y ralladura de limón. Después de hornear la masa, la cortaba y la bañaba con un almíbar hecho a base de azúcar, agua y un poco de limón. Lo que nunca hizo, pese a que durante años le siguieron pidiendo, fueron «los roscones que hacía mi abuela Eusebia, que les dicen bollos negros, pero la receta no la dejó escrita».

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La receta que no sólo no se ha perdido, sino que ha mejorado con los años y con los usos y prácticas de una enología moderna, es la de los vinos de Gran Canaria, que en el Monte Lentiscal tiene bodegas centenarias y a una de las principales comarcas vitivinícolas de la isla. Porque la calidad de la materia prima, esencial en cualquier buen vino, está en unos viñedos que mejoran con técnicas de cultivo esmeradas, a la par que se siguen beneficiando de unos suelos volcánicos y un clima que le imprimen identidad. El adecuado tratamiento en bodega de uvas tan singulares como la listán negra, la tintilla, la moscatel o la malvasía volcánica, permite disfrutar de tintos, blancos y dulces únicos y originales.

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