Gran Canaria
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Gastronomía

La Aldea de San Nicolás

Tomate y frutas tropicales en un lugar recóndito y hospitalario

En la orilla, una playa de callaos y un gran charco, silencioso 364 días al año y lleno de bullicio el otro día que falta en el recuento, cuando se celebra la Fiesta del Charco y cientos de personas se introducen en él, al darse la señal, para intentar capturar algún pescado (normalmente la apreciada lisa) con las manos o con la ayuda de un cesto.

Tierra adentro, en un territorio abrupto de barrancos encajonados, una sucesión de embalses que riegan con su agua la agricultura de exportación del valle que se abre al ensanchar esos barrancos sus cauces camino al mar.

La Aldea de San Nicolás

Sí, es La Aldea de San Nicolás, el más recóndito pueblo de Gran Canaria, a la vez –dicen sus vecinos del resto de la isla– que el más hospitalario. De su valle entre montañas salen, en cada zafra, los famosos tomates que, durante más de un siglo, han consumido millones de europeos en sus ensaladas o en sus salsas.

La Aldea de San Nicolás

En la isla también es una apreciada hortaliza que nutre las fuentes de sabrosas ensaladas en las que, es costumbre, acompaña un queso tierno o semicurado de cabra; incluso, para los más aficionados al queso, uno bien curado y picantón. Porque también La Aldea de San Nicolás tiene una importante cabaña ganadera caprina y vacuna que aporta la leche para esos quesos. Y ya sólo falta un buen plato de pescado fresco al lado, frito o guisado en un humeante caldo, para disponer de un menú netamente aldeano que debemos acompañar, eso sí, con un escaldón de gofio y que los restaurantes de la Playa de La Aldea ofrecen al visitante.

La Aldea de San Nicolás

Más allá de este valle de tomates y otras hortalizas como el pimiento, aún queda una sucesión de más recónditos y estrechos barrancos que se van sucediendo en dirección suroeste. Allí, otros pueblos mucho más pequeños, que son barrios del primero, viven en sus propios oasis de frutas tropicales creciendo en fincas que serpentean hacia sus propias playas de callaos.

La Aldea de San Nicolás

Este paisaje rural y gastronómico que pintamos tan idílicamente, encierra tras sus colores, aromas y sabores el enorme esfuerzo de unas gentes que también son conocidas por su laboriosidad. Que han vivido tiempos no lejanos de aislamiento y sacrificio, y que no lo quieren olvidar, para mostrar al visitante quiénes son y cuáles son sus raíces. Y lo muestran de modo didáctico y sorprendente a través del «museo vivo más importante de Europa», presumen con orgullo. En realidad, son trece museos recreados con la participación de los propios vecinos, para dar vida al molino de gofio, el empaquetado de tomates, la tiendita de comestibles, la huerta con su pozo, incluso la casa del campesino con su rincón para hacer el queso, su horno de pan y el tostador de millo para hacer gofio.