Gran Canaria
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Gastronomía

Teror

El ‘bullicio tranquilo’ de un mercadillo muy gastronómico

En el centro geográfico de la isla se encuentra el pueblo que también es centro de la atención de visitantes, tanto locales como foráneos, que se acercan a la Basílica de la Virgen del Pino, la patrona de la isla. La importancia de este enclave, como consecuencia de ello, ha derivado en que el casco histórico de Teror sea un atractivo destino los fines de semana, en especial para pasear por el mercadillo al aire libre que invade el empedrado de las calles que rodean al templo.

En él se pueden encontrar desde recuerdos religiosos de la Virgen a juguetes para niños, pasando por mascotas y ropa. Pero el eje de su oferta y por lo que isleños y turistas acuden con tanto interés es por su oferta gastronómica.

Teror
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Productos singulares con el apellido «de Teror» hay varios: los chorizos blandos y las morcillas dulces son los más populares, elaborados por pequeñas industrias cárnicas de carácter familiar instaladas en el pueblo. Los chorizos, por cierto, son protagonistas de unos bocadillos con pan de leña —el mercadillo ofrece una amplia variedad que, en algunos casos, sólo se amasan y hornean artesanalmente para el domingo—, en los que su pasta rojiza es untada para deleite de sus muchos fans.

En una isla que es un paraíso para los amantes de los buenos quesos, aquí se pueden adquirir excelentes representantes de esa bien ganada fama de excelencia: quesos curados o frescos, untados con pimentón o con gofio, de cabra o de oveja o de mezcla con vaca, de pastores y ganaderos de todos los rincones del territorio. Verlos sobre el mostrador ya es todo un deleite para los ojos, sólo superado por el placer de su degustación.

Teror

Teror, además, acoge desde 1888 a una pequeña y singular comunidad de religiosas integradas en una orden de clausura. En su monasterio cisterciense, cuya construcción data de aquella época, las monjas elaboran desde entonces una sabrosísima gama de repostería (bollos de anís, truchas, trozos de almendra, mazapanes, roscos, bizcochos y mantecados) que se puede adquirir en el propio monasterio (a través de un torno que oculta sus rostros del mundo exterior) o en alguno de los puestos del mercadillo dominical que se ha especializado en su venta.

Los bares y sus terrazas participan de esta especie de fiesta interminable que se organiza cada fin de semana, en un ambiente de bullicio tranquilo, si es que ambas palabras, en estas líneas extrañamente juntas, pueden describir lo que aquí sucede. Por cierto, en sus restaurantes, la gastronomía ofrece una variada selección de carnes, la especialidad local.

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